La paradoja de la libertad
Lcda. Yolanda Vázquez Vélez
En el estudio de lo humano, objeto de la antropología, parece existir un generalizado consenso en el postulado de que la libertad, que se afirma adornar al ser humano, trae causa de una carencia del mismo, la carencia del instinto, o cuando menos la insuficiencia del mismo para proporcionarle un horizonte esperanzador de supervivencia, reproducción, y finalidades naturales de la vida. Ahora bien, afirmar esto es como decir que algo ciertamente elevado, “en el buen sentido de la palabra, bueno”, como es la libertad, una cualidad que proporciona una ventaja descomunal en un proceso de selección natural, tiene su origen en una carencia, en una disminución, en definitiva en una debilidad precisamente para garantizarse aquellos fines vitales.
Comienza a vislumbrarse el carácter paradójico de esa
afirmación, que puede oficialmente formularse de la siguiente manera:
La libertad aparece, en primer lugar, por la
indeterminación instintual propia del hombre, de modo que el resto instintual
que le queda no es suficiente para determinar su conducta, por lo que se ve
obligado a determinarla desde posiciones, opciones, convicciones,
instituciones, en definitiva, desde la cultura, como segunda naturaleza que el
mismo crea. (Gabriel Amengüal. Antropología filosófica)
Cierto es que el planteamiento aparece a simple vista,
convincente y satisfactorio. Sobre todo satisfactorio, por cuanto en primer
lugar, nos sitúa por encima o más allá, de aquello que de lo
ordinario llamamos natural, y toda posición de superioridad produce un
sentimiento de seguridad, y por lo tanto de satisfacción.
Se nos proclama creadores porque nos culpan de la
debilidad que se genera por nuestros propios instintos, la capacidad de crear
intencionalmente una segunda naturaleza nueva y distinta, la cual no es
consecuencia, del imperioso medio ambiente, algo que no proviene de lo natural
sino que nosotros mismos le damos una consecuencia de un acto de voluntad, una
segunda naturaleza la cual sea creada a nuestra imagen y semejanza con el
riesgo de caer en la soberbia de dichas satisfacciones.
Además de satisfactorio, el planteamiento parece
convincente por cuanto viene avalado por la observación de los hechos, parece
empíricamente demostrable, en tanto encaja como un guante en la realidad,
prueba de fuego del método científico y marchamo de validez de un postulado.
Ello es así porque, en principio, todas los proposiciones que hace son
constatables, y, en consecuencia, científicamente hablando, ciertas.
Es verdad científica que el hombre posee una carga
institual más débil, mucho menos fiable que la que podemos objetivar en los
animales. También aparece como cierto el hecho de que a través de la voluntad
determinamos nuestra conducta, o más exactamente que respondemos de modo
reflexivo a los estímulos externos o internos. Y por fin, es verdad que el
hombre ha generado históricamente esa segunda naturaleza, más allá de lo que de
natural observamos en la primera, segunda naturaleza que se define con el
término cultura.
Todos los ingredientes de la proposición parecen
ciertos, pero sin embargo, a la luz de lo que de nuestro actual saber
científico, nuestro actual estado de cultura, no deberían haber llevado a la
presente realidad.
En primer lugar, si es cierto que la carga instintual
del hombre es menos útil a los fines de la vida que la que poseen los animales,
no se comprende porqué el hombre ha conseguido sobrevivir, y no solo eso sino
expandirse en número y complejidad exponencialmente. Sin la protección del
instinto, el hombre debería haber sido seleccionado para la extinción. El que
no haya sido así constituye una verdadera paradoja que debe ser resuelta.
El carácter contradictorio de semejante cuestión
parece salvarse a través del desarrollo de la cultura que vendría a llenar el
vacío dejado por la pérdida del instinto. Pero en éste punto, sino una paradoja
propiamente dicha, nos encontramos una laguna, una zona oscura, que no resuelve
la proposición criticada. Tal laguna consiste en el cómo surge esa respuesta
típicamente humana, esa actitud ante la circunstancia, dicho en términos
orteguianos, y ante el propio sujeto. Como surge esa nueva, y hemos de recalcar
su carácter novedoso, naturaleza antes inexistente en un ser por naturaleza
llamado a la extinción.
Como es que el hombre posee ese poder creador, al que
antes aludía, que desobedece abiertamente la ley natural y nace de sí mismo a
través de la voluntad. Como es que de la “no libertad”, procede la libertad,
supuesto que la no libertad sea predicable del animal, suposición necesaria
como punto de partida, según la propia proposición. De la nada no surge nada.
Desde Parménides parece claro que no puede pasarse del no ser al ser.
Como es lógico la cuestión no ha pasado desapercibida
a quienes han reflexionado sobre el hecho humano. No podía ser de otro modo,
toda vez que la cuestión trata ni más ni menos que del hecho diferencia del ser
humano. Dos posibilidades se abren en esa búsqueda del hecho diferencial
humano. O la respuesta cultural, como propia y exclusiva del ser humano le es
dada desde el exterior, a través de una intervención de carácter sobrenatural,
o el surgimiento del ser humano-hombre-persona, y su desarrollo hasta hoy, es
consecuencia de un proceso natural y en lo natural ha de encontrar su plena
explicación.
En realidad ésta segunda posibilidad no excluye la
primera, que el hombre surja por desenvolvimiento de la materia, al modo
propuesto por Theilhard de Chardin, no excluye, incluso sugeriría, la
existencia de una realidad superior. Ciertamente existe una tercera vía, que
consistiría en negar la existencia del hombre como ser diferente del resto de
los seres vivos, incluso del resto de lo existente, pero en ese caso dejaría de
tener sentido el estudio antropológico como ciencia autónoma.
En la primera vía cabe incluir el pensamiento mítico.
El hombre reflexionando sobre sí mismo, se ha topado con la perplejidad ante su
propio ser, sabe como es, pero no sabe cómo ha llegado a ser así, no es capaz
de reconstruir el proceso de hominización y por lo tanto recurre al don
exterior. Un dios ha entregado la cultura a un héroe legendario, o le ha
enseñado el secreto del fuego, o le ha proporcionado unas semillas que han dado
origen a la agricultura, o le ha dado la ley que le proporciona precisamente el
patrón de conducta que le hace humano por oposición a los animales. La segunda
vía lleva al pensamiento científico, creyente o no.
Supuesto pues, que el hombre vive culturalmente más
allá de la existencia animal, para indagar como ha podido llegar a ese punto,
como ha sido posible que el ser menos dotado para la vida sea el señor de su
propia vida y de las demás vidas, será preciso en primer lugar si la paradoja
de la libertad lo es realmente. (Ariza,
2009)
Fowler en su
ensayo homónimo. Quizá podamos confundir la falsa libertad, a la que él se
refiere, con la libertad verdadera, muy diferente de las formas solapadas de
vasallaje. Porque somos esclavos, aún en libertad, cuando no hacemos un buen
uso de esta, al conducirnos, digamos, según los instintos o las pasiones, o nos
comportamos como fieras mientras dirigimos nuestros actos subhumanos hacia el
mal de otros, e incluso al mal propio.
De donde
resulta el espectáculo conocidísimo de darle rienda suelta a los impulsos con
la intención de adquirir una eficacia operativa proporcional al coste humano de
un acto en el cual muchos ni siquiera verán ya una explícita manifestación del
pecado o del mal en sí. Evidentemente, en esos actos no habrá libertad ni
virtud, sino corrupción, y por ende solo conducirán a la destrucción del orden
cívico en forma de una degradación paulatina de lo humano legítimo, cada vez
más sumergida en la inmoralidad que siempre encarcela. En sentido contrario, la
acción responsable dirigida al bien y a la justicia, que despierta a los
pueblos y los encamina, se fomenta en esos espacios privados, familiares, de
urbanidad, propios para las relaciones sociales armoniosas. (Padro 2011)
BIBLIOGRAFÍA
Ariza, Rafael. La paradoja de la libertad. Acción Humana y Libertad, 2009.
Prado, Hechavarría. Las paradojas de la libertad. Espacio Laical, 2011.
¿MÚLTIPLES
INTELIGENCIAS O INTELIGENCIAS MÚLTIPLES?
Por: Lic.
María Dolores Flores
Al recordar diversas épocas de
nuestra vida, nos es grato rescatar aquellos recuerdos acompañados
de sentimientos entrañables por nuestros años colegiales. Épocas añoradas
donde siendo adolescentes compartíamos grandes experiencias con nuestros queridos
amigos. Muchas veces estas remembranzas nos llevan a preguntarnos ¿qué
habrá sido de aquel compañero? Y empezamos a asociar varias facetas de
cada uno de ellos, recordando a quienes eran catalogados como los
más inteligentes de la clase. Entonces, los relacionamos inmediatamente quizá
con aquellos jóvenes a quienes les resultaba muy sencillo esas materias como
matemática, química, y física, mientras que para otros éstas se convertían en
un dolor de cabeza.
¿Recuerda usted a aquellos
deportistas destacados de su colegio que muchas veces eran preferidos por
docentes, padres de familia y compañeros? como los que pasaban detrás de una
pelota, tal vez por eso los creían menos inteligentes; quizá porque al
momento de resolver un caso de factores no lo realizaban con la misma rapidez,
precisión y facilidad para quienes las ciencias puras eran sus favoritas.
Ahora, para suerte de
muchos, quienes quizá no fuimos la eminencia en las Matemáticas, pero nos
deleitábamos con otras asignaturas, podemos darnos cuenta que también
fuimos adolescentes muy inteligentes, gracias a los valiosos aportes que
Howard Gardner hizo a la Psicología Contemporánea.
Gardner ha planteado una
concepción de Inteligencia totalmente opuesta a la tradicional, donde este
término servía para “etiquetar” a las personas que presentaban eficiencia en el
desarrollo de programas escolares de la época. Es decir, Gardner nos da una
forma diferente de concebir la inteligencia «si hemos de abarcar adecuadamente el ámbito de la cognición humana, es
menester incluir un repertorio de aptitudes más universal y más amplio del que
solemos considerar… [ ]…La inteligencia es concebida
como una aptitud para solucionar problemas o diseñar productos que son
valorados dentro de una o más culturas, poniendo además en tela de duda el
empleo, objetivos y eficacia de los test tradicionales.
» (Gardner 1983).
Este autor después de un
estudio detallado sobre una amplia variedad de criterios (desde las clases de
aptitudes encontradas en niños prodigio, en savants,
y en pacientes con lesiones cerebrales) que llamó análisis factorial subjetivo,
obtuvo como resultado la existencia de siete inteligencias: lingüística, lógico
– matemática, musical, espacial, cinestésica – corporal, intrapersonal e
interpersonal, reconociendo así las diferencias individuales y relacionando de
esta manera la influencia cultural para el desarrollo de las mismas.
Por esta razón Gardner hace
una crítica severa a los tradicionales test de inteligencia, prediciendo que
los mismos causarán desesperanza, convirtiéndose en innecesarios y terminando
por desaparecer, ya que seguirán intentado evaluar un factor general “g”[1][1] de inteligencia. Más bien
propone buscar instrumentos variados para la evaluación de las personas como
seres con diferencias individuales, razón por la que da una mejor comprensión
de cada tipo de inteligencia. Además, presta atención a líneas de pruebas
ecológicas y etiológicas, al estudio del organismo inmerso en su ambiente
natural y cultural; considerando que se necesita de una manera más diferenciada
y sensible de evaluar a las personas. En lugar de los test tipificados, espera
que se desarrollen situaciones o sociedades en las que las capacidades
naturales y adquiridas de las personas puedan manifestarse, y así serán
fácilmente discernibles mediante observaciones acertadas en el ambiente normal
del individuo.
Estos aportes nos ayudan
a reflexionar, que sin duda existe mucho trabajo de por medio para
mejorar las intervenciones educativas. Enfocándonos como docentes a promover
actividades variadas que beneficien cada inteligencia, estilo de pensamiento y
aprendizaje de nuestros educandos.
Grato será que con el paso del tiempo, nuestros hijos y estudiantes
asocien los diversos talentos de cada individuo en una u otra área con su
distinta capacidad, generándose así mayor confianza y autoestima en las
personas. Y formando una sociedad de ciudadanos que estén conscientes de
su capacidad, que edifiquen metas y cumplan sus sueños gracias al apoyo de la
gente que creyeron y valoraron sus capacidades desde sus primeros años de
vida.
[1][1] Charles Edward Spearman
realizó importantes aportes a la psicología y a la estadística, desarrollando
el Análisis Factorial. Gracias a él propuso la existencia de un factor general
de inteligencia (Factor G), que subyace a las habilidades para la ejecución de
las tareas intelectuales.
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